RESEÑA HISTÓRICA

El origen del palacio de los marqueses de Peñaflor se remonta al siglo XV, en las denominadas casas de Gallape, residencia de la familia Henestrosa, experimentando sucesivas ampliaciones y reformas, a expensas de los inmuebles colindantes, a medida que fue prosperando este linaje[1]. Así, las grandes transformaciones constructivas que pueden reconocerse en el edificio corresponden precisamente a la obtención del Marquesado de Peñaflor en el siglo XVII[2] y la Grandeza de España en el XVIII[3].

Las casas originales responden al programa típico de las residencias del Quinientos, volcadas hacia el interior y escondiendo la visión desde el exterior. Esta distribución original perdurará posteriormente en sus líneas maestras, puesto que los nuevos espacios se organizarán sobre la base de los ya existentes. A principios del siglo XVII, en 1604, comenzará la ampliación radical de las originarias casas de Gallape, por el procedimiento de la adquisición de las edificaciones colindantes, agregaciones que se repetirán en 1627 y 1631, acompañadas de las correspondientes obras de remodelación para su integración en el espacio arquitectónico de las casas principales. De estas reformas, aunque no se puede precisar su alcance concreto, sí se aprecian detalles constructivos integrados en intervenciones posteriores, como el escudo de armas dispuesto en la portada de cantería.

Ya en el XVIII, siguiendo las corrientes y modas arquitectónicas de la época, se producen cambios radicales en la articulación del palacio, ampliándose sus dimensiones con la pretensión de ocupar toda la manzana. Para ello, se suceden las compras de casas colindantes, y solares, así como el cerramiento de callejas. Mientras, se producen obras de remodelación en los sectores primitivos del palacio, extendiéndose progresivamente la fachada principal en la calle de los Caballeros hasta ocupar casi toda la manzana, lo que se consigue en torno a 1762.

La calle Torcal también es un punto de atención continua. Así, de forma escalonada, se van anexionando casas al palacio en los años 1727, 1739 y 1763. Es precisamente a finales de 1763 cuando los marqueses de Peñaflor ven cumplidos sus deseos de obtener la manzana completa.

En 1766 de consigue del monarca la autorización para vincular las compras, por lo que queda ya un ente constructivo subdividido en tres grandes núcleos. El primero, las casas de la calle de los Caballeros; el segundo, las casas de la calle Torcal; y el tercero, las cocheras o caballerizas principales.



En la construcción del palacio, básicamente en el siglo XVIII, interviene sobre todo Diego Antonio Díaz (1675-1748), maestro mayor de a Catedral y del Arzobispado de Sevilla. La primera fase de la remodelación finaliza entre 1726 y 1727, cuando se realiza el ambicioso proyecto de levantar la fachada con su portada principal, el zaguán y el patio apeadero que daba a las caballerizas y la torremirador.

Las siguientes obras de entidad se inician en 1738, cuando se renueva por completo la parte noble, interviniéndose de nuevo en la portada. Estas obras abarcan también el patio principal, colocándose entonces las columnas de las galerías baja, en primer lugar, y alta, posteriormente. En la década de 1740 se reedifica la escalera principal, por la que se accede hoy día a la planta superior. Se trata de un magnífico ejemplo de doble rampa convergente, aunque se realiza con una originalidad desconocida en ese momento, con especial protagonismo del ladrillo, el yeso y la cerámica. La pula se decorará con yeserías tanto en esa fecha como posteriormente, en 1767.

En 1753 se vuelven a tener noticias de obras, algunas de cierta envergadura, destacando la ampliación del jardín. También, las cocinas, el horno, una alberca, el oratorio con su pequeña sacristía y la construcción de chimeneas francesas, al estilo de Versalles.

En la década de 1760 se da inicio a nuevas obras, destinadas fundamentalmente al ornato del palacio, siguiendo de nuevo la moda francesa. La actividad fue frenética, dejando huella en todos los rincones de la casa, siendo especialmente palpable en la renovación las cocinas. También es de esta época una pieza que va a caracterizar para siempre el edificio, su interminable balcón corrido. Ese balcón que surge para dar uniformidad y unidad a esa agregación de casas y construcciones que fue el palacio.

En 1764, se remata la portada con un tercer cuerpo, adquiriendo así la fachada su actual fisonomía. A esta fase constructiva corresponden también las fuentes de patioapeadero, patio principal, jardín chico” y jardín. También la remodelación del patio principal y su decoración. La estructura del patio responderá desde entonces a una galería abierta en el piso bajo y cerrada en el alto mediante tabiques, en los que se dispondrán balcones. Con esto, la galería alta dejará de ser una zona de tránsito para pasar a ocuparse como zona de estancia. Así permanecerá hasta que en 1979 se opte por descubrir la arquería.

Igualmente, en esta década de 1760 las obras afectarán a los estrados o salas principales, oratorios, dormitorios, comedores y cocinas. También se dará uniformidad a la fachada en la calle Torcal, aunque interiormente en esa zona se mantendrán salas y usos. Los techos, cubiertos de alfarjes, planos, decorados en las salas principales, en ocasiones reutilizados de las antiguas casas de Gallape. La moda francesa se extenderá a los techos, lo que provocará que algunos alfarjes sean cubiertos por cielos rasos, decorados posteriormente a base de pinturas. También a las paredes, que en ocasiones fueron revistiéndose de papel pintado.

En 1767 la decoración de la escalera principal va a quedar completada, rematándose con el retablo de la Virgen del Rosario.

En la primera mitad del siglo XIX, prácticamente sólo se realizan trabajos de mantenimiento de las estructuras existentes. Ya en la segunda mitad, en 1862, se produce la última agregación, ampliándose el espacio arquitectónico y realizándose varias intervenciones en el palacio, siguiendo los principios de la arquitectura del momento. En 1892 se acondicionarán varias habitaciones, como el despacho, sala, comedor y dormitorio del marqués. Además, será añadido un espacio arquitectónico fundamental para la comodidad de sus moradores, el baño.

A partir del siglo XX, las obras se reducen al mantenimiento y conservación del edificio, implantándose además las nuevas instalaciones eléctricas y telefónicas. La década de 1920 será prolífica en actuaciones de mantenimiento de tejados y paramentos, renovándose buena parte de la pintura del palacio, incluyéndose las puertas.

En 1958, la muerte de la marquesa viuda de Peñaflor supondrá el cierre de una etapa que inaugurará otra fase en la historia del palacio, dado que en su testamento incluyó el destino del edificio para Escuelas Profesionales. Sin embargo, antes de que fuera llevada a cabo esta última voluntad, el palacio será declarado Monumento HistóricoArtístico por Decreto 347/1962, de 8 de febrero, lo que implicaba necesariamente la búsqueda de un emplazamiento más idóneo para uso docente. En 1976, el Patronato Benéfico Docente de los Señores Marqueses de Peñaflor cederá al Ayuntamiento de Écija el uso parcial del edificio, a cambio de garantizar su conservación e instalar allí la Casa Municipal de la Cultura.

En 1979 se acondicionarán el salón de actos y varias salas de exposiciones. En 1981 abrirán sus puertas la Biblioteca Municipal y el Conservatorio de Música. En ese mismo año, será reparado el patio principal y la fuente, renovándose toda la solería.

Ya en 1992, el edificio pasará a propiedad municipal, realizándose diversas obras a partir de 1998 por medio de escuelas-taller.





[1] Marina Martín Ojeda y Ana Valseca Castillo. Ecija y el Marquesado de Peñaflor, de Cortes de Graena y de Quintana de las Torres. Granada, 2000.
[2] Juan Tomás Fernández de Henestrosa (1626-1696) será el I marqués de Peñaflor, dignidad que obtendrá de Felipe IV el 3 de diciembre de 1664.
[3] Antonio Pérez de Barradas, marqués viudo de Peñaflor, alcanzará la cúspide de la jerarquía nobiliaria al obtener el título de Grande de España de manos de Carlos III, por Decreto de 22 de octubre de 1771, como recompensa del monarca por su decidido apoyo a la política de Nuevas Poblaciones.